Tras su muerte, el legado del director de Sin aliento parece tomar nuevos bríos y seducir a muchos que no sabían de él.
El realizador francés, durante Mayo del 68
* Melissa Andrea Betancour León
Su vida estuvo colmada de vanguardismo, experimentalidad e inconformismo, características que también plasmó en sus obras. Fue crítico de cine, guionista, director y uno de los principales exponentes de la Nouvelle Vague –movimiento que inspiró, después, a directores como Pedro Almodóvar y Quentin Tarantino–. Recordarlo, de la mano de sus más exitosas películas, resulta imperativo en medio de una sociedad veloz, devorada por la globalización y con paradigmas que tienden al absolutismo. En la esfera del cine, el nombre de Godard hace parte del canon de la historia reciente del séptimo arte.
Una nueva forma de narrar
Entre 1959 y 1967, su lenguaje cinematográfico acuñado cobró un matiz especial. La forma primaba sobre el contenido escénico de sus obras; así, el enfoque estético de Godard tomó las riendas de su expresión artística y se convirtió en un eje central que marcó su papel en la Nouvelle Vague.
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En una Europa que se recuperaba de los estragos de la guerra, el neorrealismo italiano y el cine noir mostraron una vía alterna al desarrollo que, hasta la fecha, había tenido la industria. De tal forma, la Nouvelle Vague surgió como reacción al canon francés que, tras la guerra, no tuvo un renacimiento inminente –como en el caso italiano con figuras como Roberto Rossellini, Vittorio De Sica y Federico Fellini–, ni obtuvo un escape al poético lenguaje representativo que lo caracterizaba. En ese contexto, la filmografía de Godard no pedía un cambio, lo encarnaba en sí mismo.
En Sin aliento (1960), Godard, que murió el pasado 13 de septiembre, le propone al espectador un diálogo que enmascara historicidad con ficción y que es producto del frenetismo con el que presenta las paradojas propias de la vida. La movilidad, el dinamismo y la improvisación fueron las principales pautas de un largometraje que marcó profundamente al cine francés. De la mano de Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, el director moldeó un cine que se hacía en las calles, con luz natural, con diálogos improvisados y con pocas de las convencionalidades propias del cine clásico francés.
El trailer de Sin aliento
El cine como una revolución colectiva
Contrario al lenguaje colonial y centrado en occidente que primaba en el cine, la filmografía de Godard buscaba romper los lazos de subalternidad. Su revolución estética atravesaba también planos de representación usuales con los que se solían simbolizar conflictos de la época. Jean-Luc Godard utilizaba al cine como una herramienta que le permitía romper con los estatutos discursivos de la opresión. A través de un lenguaje simbólico, transformó el séptimo arte hasta convertirlo en un instrumento de revolución colectiva.
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El Soldadito (1963), una de sus obras más polémicas, retrata la violencia perpetrada por los franceses en el marco de la Guerra de Argelia. El largometraje fue censurado y presenta una mirada desafiante hacia la dominación gala frente al anhelo de independencia argelino. La película pone en tela de juicio el rol de los franceses en el conflicto, a la vez que retaba a su contexto social a repensar el pasado colonial del país. La preocupación de Godard no se limitaba a resaltar una postura ideológica, sino que proponía un debate que permeaba las problemáticas de representación de la identidad nacional.
Avances de El soldadito
El cine de Godard funciona como un espacio común de diálogo. La Chinoise (1967) puso sobre la mesa la necesidad que veía el cinematógrafo de generar una contracultura en la sociedad francesa. La lucha de los estudiantes maoístas representados en la película cobra sentido si se piensa en la atmósfera histórica que se respiraba en ese momento. La inminente llegada del Mayo del 68 se plasma proféticamente en La Chinoise. Este el largometraje dio inicio a una serie de filmes que realizó junto al grupo cinematográfico Dziga Vertov, con quienes cultivó un ideal fundamental: la transformación del cine en un instrumento de militancia para convertirlo en un escenario de debate colectivo.
La propuesta cinematográfica del director de Sin aliento fue irreverente y logró a cabalidad cumplir con el objetivo de su autor: generar conversación con el espectador, romper esquemas y presentar al séptimo arte como una herramienta de reflexión. Sus obras proponen claves para releer la actualidad a través de su lente. Plantean a un espectador activo y dispuesto a debatir, dibujan un cine en constante cambio y que sirve de plataforma a la innovación discursiva y, en última instancia, plasman al diálogo y la experimentalidad como parte inequívoca de su legado atemporal.
* Literata de la Universidad de los Andes
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