Sebastião Salgado documentó el sufrimiento humano y la belleza del planeta con una ética inquebrantable. Desde Ruanda hasta la Amazonia, su obra es una advertencia, un homenaje y una forma de cuidar el mundo.

“No tengo ninguna preocupación ni pretensión sobre cómo seré recordado. Mi vida está en mis fotos, y nada más”, dijo alguna vez. Esa visión directa, sin ornamentos, define su legado: una obra construida desde el cuerpo, el paisaje y la dignidad de lo que el mundo suele dejar en los márgenes.
Murió a los 81 años. Y con él se fue mucho más que un fotógrafo: se fue una forma de mirar el mundo desde el contacto, el asombro y la herida. Desde el compromiso que no necesita consignas, pero tampoco se esconde en la neutralidad.
Sus imágenes nunca fueron decoración. Fueron preguntas, espejos, pruebas. Mostró lo que la modernidad prefiere no ver: el rostro agrietado del trabajo extremo, el silencio de los bosques que resisten, el dolor de los refugiados, la belleza ritual de los pueblos indígenas. Nos obligó a mirar.
Su legado bebió del rigor compositivo de Henri Cartier-Bresson, la crudeza ética de W. Eugene Smith y el humanismo de Lewis Hine. Inspiró a generaciones no por su estilo, sino por su ética: mirar con respeto, narrar con verdad, fotografiar como acto de justicia.
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Sebastião Salgado y una fotografía ética
En 2016, en entrevista con la revista Quem, Sebastião Salgado lamentó la banalización de la imagen: “Nunca hice un autorretrato. Me da un poco de vergüenza. El selfie es una agresión”. Rechazaba la urgencia superficial en favor del tiempo, la escucha y la relación con el otro.
El impacto de Ruanda en Sebastião Salgado
Uno de los episodios más decisivos en su vida fue Ruanda. En 1994, tras el genocidio tutsi, documentó la crisis humanitaria. Halló cuerpos apilados, epidemias, niños huérfanos. Dijo haber perdido la fe en la humanidad y en la fotografía como herramienta de cambio. Esto lo llevó a alejarse del fotoperiodismo y fundar el Instituto Terra con su esposa Lélia.

Génesis: celebrar lo intacto
Ese giro vital marcó la transición hacia sus proyectos más esperanzadores: Génesis (2004–2011), una celebración de los paisajes y culturas intactas del planeta. Fue un proyecto profundamente inmersivo que lo llevó a recorrer más de 30 regiones en busca de lo que aún no había sido destruido por la acción humana. Desde la Antártida hasta el desierto del Sáhara, Génesis capturó la diversidad, espiritualidad y fuerza de los ecosistemas más primitivos de la Tierra.
Amazonia: una advertencia global desde la mirada de Sebastião Salgado
Tras Génesis, Salgado dedicó una década a su último gran proyecto: Amazonia (2013–2023), centrado en los pueblos indígenas y la selva tropical. No fue solo un proyecto fotográfico. Fue un viaje con sentido ético, estético y político que le tomó siete años de travesía por la selva más vasta y biodiversa del planeta. Entre 2013 y 2020, se internó en el corazón de la Amazonia brasileña, pero también recorrió territorios de Perú, Colombia y Venezuela. Su objetivo: mostrar al mundo la grandeza, fragilidad y riqueza cultural de una región que define el futuro de la humanidad.
Durante ese tiempo, convivió con 12 pueblos indígenas, entre ellos los yanomami, suruwahá, awá-guajá y zo’é. No se trató de una mirada distante, sino de una relación construida con respeto, tiempo y escucha. Salgado no solo retrató paisajes y rostros: registró formas de vida, rituales, cantos, lenguas, silencios. La Amazonia, en su obra, aparece no como un “recurso natural”, sino como un sujeto colectivo. Como un cuerpo vivo.
La selva como sujeto y no como paisaje
En paralelo a sus retratos de los pueblos originarios, Salgado capturó la selva en toda su grandeza natural: mares de niebla cubriendo el dosel, ríos como serpientes líquidas, montañas escarpadas y cataratas que parecen mitológicas. Estas imágenes fueron tomadas muchas veces desde helicópteros, gracias a permisos del Ejército brasileño. Este punto generó algunas críticas, al igual que el enfoque sobre la desnudez indígena, que algunos consideraron exotizante. Salgado respondió que todo fue realizado con consentimiento explícito y con el propósito de mostrar culturas que viven en equilibrio con su entorno.

Amazonia fue una exposición monumental que ha recorrido museos de todo el mundo. Incluye más de 200 fotografías en gran formato, una ambientación sonora con grabaciones reales de la selva y una banda sonora original compuesta por Jean-Michel Jarre, pensada para sumergir al visitante en una experiencia sensorial total. (La versión editorial fue publicada por Taschen en 2021, en varios idiomas).
Más que una denuncia o una postal, Amazonia es una advertencia y un homenaje. Sebastião Salgado lo dijo sin rodeos: “La Amazonia es el último gran santuario natural del planeta. Si cae, todos caeremos con ella”. Por eso, este proyecto no solo habla del bosque y sus habitantes, sino del límite civilizatorio al que hemos llegado. Con este trabajo cerró su obra como la empezó: mirando de frente al mundo, y preguntándonos si aún somos capaces de proteger lo que merece ser cuidado.
‘La sal de la tierra’ y el hombre detrás de la cámara
El documental La sal de la tierra, codirigido por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, muestra al hombre detrás de la cámara. Aparece como alguien que duda, que se quiebra, y que decide plantar árboles para recuperar el bosque que su padre había perdido. También lo vemos como quien mira con profundidad y no se va. Y, hasta el último día, como quien creyó firmemente que la fotografía podía ser un modo de cuidar el mundo.
Por qué la fotografía pierde a uno de sus pilares
Sebastião Salgado dio rostro a los invisibles: migrantes, trabajadores, indígenas. Además, su blanco y negro era una decisión política: eliminaba el ruido del color para resaltar lo esencial. No estetizó el dolor: lo mostró con respeto. También dejó libros que son mapas del mundo: Otras Américas, Éxodos, Trabajadores, Génesis, Amazonia. No disparaba desde lejos; se quedaba. Escuchaba. Observaba. Finalmente, nos recordó que mirar también es actuar: y quien ve, tiene el deber de no olvidar.
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Fotografías inolvidables de Sebastião Salgado
- Serra Pelada, Brasil (1986): cadena humana extrayendo oro.
- Etiopía (1984–85): madre con su hijo famélico.
- Ruanda (1994): desplazados tras el genocidio.
- Kuwait (1991): hombres cubiertos de petróleo en pozos incendiados.
- Amazonas (2013–2023): mujer yanomami pintada para la ceremonia.
- Indonesia (2008): familia Mentawai retratada con intimidad.
- Cuba (2001): cortadores de caña bajo el sol.
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