Jeanne Dielman: cocinar, repetir, matar

Jeanne Dielman, de Chantal Akerman, frente a una vitrina iluminada en la calle

Cincuenta años después de su estreno, ‘Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles‘, dirigida por Chantal Akerman, sigue provocando lo mismo que en 1975: silencio, incomodidad, división.

Por Al Pacine *

Una parte del mundo la venera; otra no entiende cómo alguien puede soportarla entera. En 2022, cuando la revista Sight & Sound —la biblia de los cinéfilos— la eligió la mejor película de todos los tiempos, por encima de Ciudadano Kane, Vértigo o El padrino, muchos celebraron como si por fin alguien le hubiera puesto nombre a lo que el cine nunca había querido mostrar: la repetición, lo doméstico, la espera. Otros dijeron que era un chiste.

En ese tiempo, la cámara —siempre fija y distante— observa a Jeanne, una viuda que vive con su hijo adolescente en un apartamento de Bruselas. La vemos cocinar, tender la cama, brillar zapatos, hacer café. También se prostituye. Es parte de su rutina: cada tarde, recibe a un hombre distinto y, sobre una toalla perfectamente doblada, tiene sexo a cambio de dinero. Luego, vuelve a la cocina. No hay música, ni cortes dramáticos, ni psicología en primer plano. Todo está ahí, como si no pasara nada. Pero pasa.

Jeanne Dielman, de Chantal Akerman: 50 años de cine radical

No habla mucho, ni explica, menos confiesa. Pero su cuerpo —los gestos mínimos, el modo en que dobla una servilleta o pela papas— empieza a traicionar la calma. Algo se desordena: pierde una cuchara, se le pasa el café, olvida apagar la luz. Pequeñas fallas en un sistema construido con precisión. Y el espectador, si no ha huido ya de la sala, entiende que está asistiendo al derrumbe de alguien que solo tenía el control como forma de vida. Al final, mata a uno de sus clientes. Lo hace como lo haría alguien que repite una tarea más, pero sin saber muy bien por qué.

Y no actúa como solemos entender la actuación. Se mueve como si el tiempo fuera una carga, no un ritmo. No busca el aplauso. No seduce a nadie. Su rostro no muestra emoción, pero el cuerpo la delata. Cada gesto dice algo que las palabras callan. Su protagonista, Delphine Seyrig, que ya era una figura respetada del cine de autor (había trabajado con Resnais y Buñuel), se entrega aquí a lo contrario del espectáculo: la contención absoluta.

Una espectadora que la vio en Nueva York 40 años después del estreno escribió en IMDB: “Estábamos todos hipnotizados. La rutina de Jeanne se imprime en tu cabeza. Y cualquier mínima alteración, una mirada, una pausa, se vuelve siniestra. Sentí una tristeza enorme. Como si todo ese esfuerzo por mantener el orden fuera un modo desesperado de sobrevivir”. Otro usuario dice que es una obra “fascinante, pero insoportable”, y recuerda que el crítico Vincent Canby, de The New York Times, bromeó diciendo que verla “podía ser fatal si uno estaba en el estado de ánimo equivocado”.

Jeanne Dielman, de Chantal Akerman, preparando la cena en silencio
Cocinar, fregar, repetir: el cine como acto de resistencia.

¿Por qué Jeanne Dielman divide tanto al público?

The Guardian, en su reseña del 50 aniversario, fue más allá: llamó a la película “una transcripción en grado cero de lo cotidiano” y dijo que el silencio de Jeanne no es solo una forma, sino una atmósfera. “Cada día es igual al anterior. Pero después del segundo cliente, algo cambia. Jeanne se descompone. Olvida. Se rompe. Quizás ha sentido placer por primera vez, y eso la desestabiliza. Quizás es la culpa, o el miedo, o el simple hecho de no reconocerse”. El crítico Peter Bradshaw lo resume con una frase que parece escrita para el personaje: “Dormir con estos hombres no es el secreto. El secreto es su imagen de respeto, que ya no se sostiene”.

Una obra de Chantal Akerman, belga, hija de sobrevivientes del Holocausto, que tenía apenas 24 años cuando filmó la película. Y es difícil no pensar que hay algo de herencia del trauma en esa obsesión por el orden, en esa tensión muda que se filtra por los marcos de las puertas o las esquinas de la cocina. Akerman no solo escribió y dirigió: tejió su propia vida dentro de la película. Y lo hizo sin buscar protagonismo. Se suicidó en 2015, poco después de la muerte de su madre. Nunca supo que su película llegaría al primer lugar del canon.

Ese primer lugar —ese podio que durante décadas ocuparon hombres, películas habladas en inglés, épicas masculinas o aventuras morales— fue, para algunos, un acto de justicia.Para otros, un capricho ideológico. El director y guionista Paul Schrader, por ejemplo, dijo que la elección era un reajuste políticamente correcto”: un gesto woke, una corrección simbólica que no reflejaba la historia del cine sino una reconfiguración forzada. Lo dijo sin matices, aunque reconoció que le gustaba la película. La acusación era clara: esa película no llegó ahí por méritos estéticos, sino por agenda.

Chantal Akerman, directora de Jeanne Dielman de Chantal Akerman
Chantal Akerman, directora de la película.

¿Por qué incomoda tanto Jeanne Dielman, de Chantal Akerman?

No es narrativa en el sentido convencional, ni tampoco experimental en el estilo radical de vanguardia. Es algo más raro: una película que no avanza, que no se acelera, que no explica. Una película que trabaja con lo que el cine había eliminado por aburrido. ¿Por qué mostrar a una mujer fregando sin cortar la toma? Akerman no da respuestas. Solo muestra. O, mejor dicho, deja que el tiempo muestre. Jeanne Dielman, Chantal Akerman y una albóndiga: eso bastó para que medio siglo después el cine todavía discuta qué vale y qué no.

Que en 2025 se cumplan cincuenta años de la película es casi anecdótico. Lo importante no es la cifra, sino el lugar que ha ocupado en la conversación cinematográfica. Es una obra que obliga a pensar qué es lo que se considera “cine importante”. Porque Jeanne Dielman no tiene grandeza visual, ni frases memorables, ni escenas emocionantes. Lo que tiene es una densidad incómoda: una forma de decir que el encierro, el deber, la repetición, también pueden matar.

¿Se ha visto en Colombia?

Muy poco. Ciclos universitarios, cinematecas, alguna muestra de cine feminista. No es fácil de encontrar. Pero ahora, con el ranking y el aniversario, algunos la buscan en plataformas como MUBI o Criterion. Y cada tanto aparece en alguna proyección especial. Verla completa, en sala, sin distraerse, es una prueba. Pero también, si se entra en su ritmo, una revelación.

Tal vez no sea la mejor película de la historia. O tal vez sí. Eso depende más de lo que uno espera del cine que de la película misma. Lo que está claro es que, medio siglo después, sigue viva. Sigue dividiendo. Y eso, en el fondo, es lo que hacen las películas que importan.

* Cinéfilo endeudado. En X @juanazuero3

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *