Ana Mendieta, que sorprendió con sus performances -muchas veces crudos y violentos-, ahora recibe el reconocimiento que no tuvo en vida y es un referente de las mujeres artistas. Su trágica muerte sigue sin aclararse.
Fotografía de la artista cubana Ana Mendieta.
José Vicente Guzmán Mendoza *
Es difícil separar la obra de la cubana Ana Mendieta de su extraña muerte, en 1985, cuando tenía 36 años. Su familia, sus amigos y los estudiosos de su obra lo intentan todo el tiempo y siempre les piden a los medios no enfocarse en los detalles sensacionalistas de su fallecimiento, sino que la destaquen como una artista talentosa, con una gran trayectoria, a pesar de su corta edad, y como una pionera en el uso del Body Art y del performance.
Y, por supuesto, es cierto, pero no fácil de ignorar que la madrugada del 8 de septiembre cayó de la ventana de su apartamento, en el piso 34 de un edificio de Nueva York, aparentemente empujada por su esposo, el artista minimalista Carl Andre. Su muerte violenta guarda mucha relación con algunas de sus obras más famosas, en las que usó sangre y su propio cuerpo para denunciar la violencia contra las mujeres.
PIONERA
Ya sea por esa paradoja o porque los tiempos han cambiado, la obra de Mendieta, que mientras estuvo viva fue ignorada por el mercado del arte, los críticos y el gran público, ha venido ganándose un lugar importante en los últimos años. Primero, como un ícono de los movimientos de arte feminista y, más recientemente, desde un par de retrospectivas en el Museo Whitney de Arte Estadounidense (2004) y la galería londinense Haywart (2013), como una artista innovadora que abordó temas hoy mucho más relevantes que hace cuarenta o cincuenta años: la relación del hombre con la naturaleza, la violencia contra la mujer y la importancia política del cuerpo.
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Lo cierto es que Mendieta sí fue una pionera. Escultora, pintora, fotógrafa y artista conceptual, probó como pocos el concepto del Land Art y del Body Art con performances en los que su cuerpo era el protagonista. Sus obras podían ser crudas, violentas y directas, como Rape Scene (Escena de una violación), de 1973, en la que impactada por la violación y el asesinato de una compañera suya en la Universidad de Iowa, decidió montar una obra en su apartamento: revolcó todo, se desnudó, se untó de sangre, se amarró las manos y se agachó sobre una mesa como si un violador la hubiera dejado así. Cuando la gente entraba a ver, encontraba una escena dantesca, que pretendía señalar la indiferencia de todos frente a lo que había ocurrido.
La puesta en escena de uno de sus performance.
Pero no siempre fue así de realista: en Siluetas, por ejemplo, una serie de obras que hizo, entre 1973 y 1980, fundía su cuerpo desnudo en los paisajes naturales usando elementos como barro, arena, hierba, ramas, flores o agua. Y en Body Tracks, de 1974, pintaba sobre una pared con sus brazos bañados en sangre. Algo similar había hecho en Death of a chicken (Muerte de un pollo), en 1972, cuando desnuda y frente al público que la observaba, tomó una gallina, la decapitó y dejó que se desangrara poco a poco sobre su pubis. De todas esas acciones (tanto las crudas como las más sutiles) quedaron fotografías y videos -también era una abanderada del videoarte- que aún hoy asombran a los espectadores, como la primera vez.
VIOLENCIA DE GÉNERO
La obra de Ana Mendieta no solo estaba influenciada por su condición de mujer y por la violencia de género, también por sus raíces cubanas, que había perdido cuando llegó a los 12 años a Estados Unidos. Estaba sola con su hermana, ya que su familia se había quedado en Cuba. Su papá, un ferviente católico que apoyó la revolución, se volvió disidente desencantado por como el nuevo gobierno trataba la religión.
Para evitar que sus hijas sufrieran por su activismo, las embarcó a Estados Unidos en la llamada operación Peter Pan, que llevó a 14.000 niños cubanos a ese país, entre 1960 y 1962. Prácticamente sola, Ana descubrió lo que significaba ser una mujer de raza negra y latina en un país racista. De hecho, años después explicó Siluetas como una forma de conectarse con la tierra para retomar sus raíces latinas y cubanas.
Decidió montar una obra en su apartamento: revolcó todo, se desnudó, se untó de sangre, se amarró las manos y se agachó sobre una mesa como si un violador la hubiera dejado así.
Esa niña solitaria encontró su forma de expresión al estudiar arte en la Universidad de Iowa. Como le explica a LA RUEDA SUELTA Sara Torres Sifón, editora de PAC (Plataforma de Arte Contemporáneo), crítica de arte y comisaria de exposiciones, “muchas de las artistas que comenzaron a trabajar en los años setenta utilizaban su cuerpo como medio para cuestionar los roles de género y la ‘male gaze’ (mirada masculina). En el caso de Mendieta, comienza a introducirse en el ámbito de las performances de la mano de Hans Breder, quien le muestra un nuevo medio que le permite profundizar, en primera persona, en temas que le preocupan como la identidad o los límites del cuerpo”.
Ella misma descubrio gracias a Breder, quien fue su maestro, su mentor y su amante, que la pintura y la escultura por sí solas no eran lo suficientemente reales (“no tenían tanto poder”) para transmitir lo que ella quería. Su cuerpo, en cambio, era el mejor instrumento.
Poco a poco encontró su camino ganó un nombre, por lo menos, en los círculos del arte feminista. De hecho, cuando llegó a vivir a Nueva York, en 1978, se vinculó al A.I.R. Gallery Collective, una organización artística reconocida como feminista y fundada por Nancy Spero y Dotty Attie (entre otras), que apoyaba y visibilizaba a las mujeres y los artistas no binarios.
Performance de la artista interviniendo su cuerpo en espacios naturales.
EL RECHAZO
Allí estuvo en pos de buscar un reconocimiento, difícil de alcanzar en una época en la que la crítica, la mayoría de galeristas y los grandes artistas eran todos hombres. Sin embargo, su sobrina, quien actualmente maneja su obra, ha dicho varias veces que ella no era una activista feminista como tal, y que se desencantó del movimiento, que veía muy de mujeres blancas poco preocupadas por las negras o las latinas.
Su muerte violenta guarda mucha relación con algunas de sus obras más famosas, en las que usó sangre y su propio cuerpo para denunciar la violencia contra las mujeres.
Sea como fuera, allí encontró un espacio y conoció al que se convertiría en su aparente verdugo, Carl Andre. Tuvieron una relación tormentosa y muy pasional: sus personalidades opuestas (él, metódico y ordenado; ella, libre y caótica) los atraían, pero a la vez les generaba constantes conflictos. Pelearon en 1983 y ese mismo año ella viajó a Roma por una beca. Sin embargo, cuando regresó, dos años después, se casaron.
Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó la madrugada del 8 de septiembre de 1985, pero Ana cayó de la ventana de su habitación, en donde estaba con Andre. Murió al instante. Algunos vecinos oyeron a la pareja pelear un momento antes de la caída, y el portero incluso escuchó un “¡No, no, no!”. Andre llamó a la policía, explicó que estaban discutiendo porque él “estaba más expuesto al público que ella”, y dijo que Ana se había tirado sola por la ventana, pero cuando los oficiales llegaron a su casa lo encontraron borracho y con arañazos en la cara.
Lo llevaron a prisión y le hicieron un famoso juicio por homicidio que dividió al mundo artístico. Los amigos de Andre en el mundo del arte eran poderosos y reconocidos: el escultor Frank Stella pagó su fianza y la familia De Menil, unos reconocidos industriales coleccionistas de arte, le costearon los mejores abogados. Ellos lograron que el caso no lo definiera un jurado popular, como estaba establecido en la ley, sino un juez (ante el argumento de que las mujeres actuarían de forma imparcial), y trataron de convencerlo de que Mendieta estaba deprimida.
Para darle fuerza a su punto, usaron imágenes de sus obras, sacándolas de contexto y presentándola como una mujer violenta y desequilibrada.
Abordó temas hoy mucho más relevantes que hace cuarenta o cincuenta años: la relación del hombre con la naturaleza, la violencia contra la mujer y la importancia política del cuerpo.
Al final, la familia de la artista no pudo usar a su favor ni los arañazos en la cara de Andre, ni los testimonios de los vecinos, y el juez lo declaró inocente por “duda razonable” (es decir, falta de pruebas). Aún hoy muchos de los amigos de la artista dudan de la tesis del suicidio: dicen que ella le tenía miedo a las alturas y que durante los días anteriores a su muerte estaba feliz y esperanzada.
De hecho, para ese momento, su obra empezaba a generar el interés de coleccionistas y galeristas, a diferencia de la de su esposo, que ya entraba en el ocaso. «Ana estaba alcanzando otro nivel creativo cuando la mataron», le dijo al diario The Guardian hace un par de años la escritora e historiadora de arte feminista Ruby Rich, «estaba empezando a hacer objetos en lugar de obras efímeras. Cosas que podía vender. Estaba emocionada y optimista».
Por eso, y a pesar del dictamen de la justicia, Andre ha tenido que vivir con el fantasma de Ana desde el juicio. En la última década varios colectivos de arte feministas, como Guerrilla Girls, WhereIsAnaMendieta o Sisters Uncut, han irrumpido en todas las muestras y exposiciones del artista para protestar y reivindicar a Ana, muchas veces usando sangre, a la que tanto aprovechó en sus obras.
LUCHA DE GÉNERO
La más famosa de esas protestas fue en junio de 2016, cuando el museo Tate de Londres estrenaba, con un evento multitudinario, su esperada ampliación, en la que habían incluido varias obras de Andre y ninguna de Mendieta. Varias mujeres irrumpieron en la institución portando pancartas y gritando una sonora consigna: “Oi, Tate, we’ve got a vendetta, where the fuck is Ana Mendieta” (Oye, Tate, queremos venganza: ¿dónde coño está Ana Mendieta?).
Una artista revolucionaria para su época que reivindicó las luchas de género.
Gracias a esas acciones y a que el panorama artístico ha cambiado, los museos (como el propio Tate), el público y varias galerías han descubierto y rescatado las obras de Mendieta.
Ella no era una activista feminista como tal, y que se desencantó del movimiento, que veía muy de mujeres blancas poco preocupadas por las negras o las latinas.
Pero también porque ella representa mucho de lo que las mujeres piden hoy en día. Como explica Sara Torres Sifón: “es un ejemplo de lucha, un referente. Yo sigo reconociendo su huella en el trabajo de muchas artistas jóvenes, en sus obras de denuncia contra el sistema artístico que discrimina a las mujeres. Mendieta es una de las artistas más importantes para el feminismo en la actualidad, su obra abrió camino a debates imprescindibles, visibilizó la realidad del sufrimiento de muchas mujeres y gracias a creadoras como ella hemos podido avanzar como sociedad”.
*Periodista, trabajó en las revistas Semana y Dinero.
Excelente texto, sin duda aquí se está armando un combo bravo del periodismo
Ana mendieta no es un icono feminista… Era y seguirá siendo una artista en todo aspecto con una huella en este mundo incomparable. Gracias por hacer arte.