La Primavera Árabe, ¿un espejismo ?

Las protestas de 2011 hicieron creer que estas servirían para conducir hacia la democracia a los  países del Mahgreb y del Golfo Pérsico. ¿Qué pasó con La primavera árabe?

Protestas en la Plaza de Tahrir, en El Cairo, para exigir la caída del régimen de Mubarak, en febrero de 2011. Crédito: Wikimedia Commons.

Mauricio Sáenz *

Hace un decenio las protestas multitudinarias en el mundo árabe hacían pensar que la democracia todavía ilusionaba a quienes la miraban desde los barrotes de la dictadura y el autoritarismo. Hoy, en los consabidos balances, muchos de los observadores se cuestionan si esa aspiración permanece viva y con posibilidades a futuro.  Pero con todo respeto, en la era de Donald Trump esa ya no es la pregunta. Ahora hay que preguntarse si todavía hay esperanza en la democracia. Punto.

Todo comenzó en Túnez, cuando Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante, no pudo más. Nadie sabe si en su trance pesó más la humillación de verse abofeteado en público por una mujer policía que le exigía una licencia solo obtenible con sobornos. O si a ello se sumó que los buitres del hambre ya gravitaban sobre su familia. En todo caso solo una desesperación muy profunda podía llevar a ese joven a convertirse en una antorcha humana solo para hacerse oír.

No imaginó que ese acto detonaría una cadena de revueltas populares que, con el paso de los meses, se extendió del Mahgreb al Golfo Pérsico. Al inmolarse, el joven tocó las fibras de millones que se identificaron con él en ese amplio sector del mundo gobernado por regímenes autocráticos y élites corruptas. Los mismos que habían dejado a la mayor parte de la sociedad excluida de la participación política y de las oportunidades económicas.

Las protestas estallaron de inmediato y pusieron muy pronto contra las cuerdas al presidente Zine el-Abidine ben Ali, en el poder durante 23 años. Luego se diseminaron por la región, y en 2011 dictadores invulnerables temblaron hasta caer. Primero lo hizo el tunecino, luego el egipcio Hosni Mubarak y más tarde el libio Muamar el Gadafi y el yemenita Ali Abdalá Saleh.

Los medios occidentales no tardaron en llamar al fenómeno la ‘Primavera Árabe’ que, según ellos, conduciría a esos países por la senda de la democracia. Pero los éxitos iniciales resultaron engañosos.

¿Qué pasó?

Mohamed Bouazizi, el joven tunecino, vendedor ambulante, que se inmoló en un acto que es considerado como la chispa que inició la denominada Primavera Árabe.

Solo Túnez logró consolidar una república medianamente viable, y en 2014 adoptó una constitución moderna que hoy, tras varias elecciones exitosas, sigue en camino de consolidar. Los demás tuvieron otros destinos, siempre bajo una fuerte presión contrarrevolucionaria.

En unos, como Marruecos, Argelia, Jordania y Bahréin, sus regímenes tomaron pronto medidas más o menos cosméticas. Así pusieron en pausa el descontento popular, sin hacer demasiadas concesiones políticas ni abstenerse de reprimir a los opositores a tiros.

En Egipto, los fundamentalistas de la Hermandad Islámica ganaron las elecciones con intenciones claramente teocráticas. Pero lo hicieron solo para verse víctimas en 2013 de un cruento golpe militar que, bajo ropajes electorales, devolvió las cosas a un estado muy parecido al de la era de Mubarak.

Solo Túnez logró consolidar una república medianamente viable, y en 2014 adoptó una constitución moderna que hoy, tras varias elecciones exitosas, sigue en camino de consolidar

Y Siria, Libia y Yemen terminaron convertidos en estados fallidos, en medio de sangrientas guerras civiles en las que al día de hoy intervienen potencias extranjeras con agendas geopolíticas, como Rusia, Turquía, Irán, Arabia Saudita y en menor medida Estados Unidos.

Diez años más tarde, el mundo árabe sigue muy atrás del resto del planeta en términos del acceso a la representación política. La mayoría de los gobiernos surgidos desde 2011 resultaron tanto o más autoritarios que sus antecesores. Y según una reciente encuesta de The Guardian su gente piensa que vive peor.

Las circunstancias

Por supuesto, cada uno de los países afectados por la Primavera Árabe tiene circunstancias singulares. De ahí que no sea posible establecer un patrón de las causas por las cuales los levantamientos populares no lograron institucionalizar democracias viables. Pero sea como fuere, las condiciones que dieron lugar a los levantamientos de hace diez años siguen presentes, incluso con más fuerza.

Diez años más tarde, el mundo árabe sigue muy atrás del resto del planeta en términos del acceso a la representación política. La mayoría de los gobiernos surgidos desde 2011 resultaron tanto o más autoritarios que sus antecesores.

Para los comentaristas del optimismo, ese lapso es muy corto en estos procesos y la Primavera Árabe fue solo el primer paso de un camino que conducirá inevitablemente a la democracia. Para ellos, las protestas tumbaron la talanquera del miedo y demostraron que ningún régimen puede estar tranquilo, por muchos petrodólares de que disponga. Así lo demostrarían las manifestaciones de 2019 en Irak, Argelia, Sudán y Líbano.

Para los pesimistas, en el mundo árabe confluyen demasiados factores que impiden florecer a la democracia.

Entre ellos, el tribalismo que juega en contra del debate de las ideas y es fuente permanente de conflictos; la persistencia de una élite corrupta, directa heredera de la descolonización, que nunca buscó crear valores comunes en esas sociedades y persistió en los mismos métodos de dominio (detenciones arbitrarias, estados de sitio); la influencia de las corrientes islámicas fundamentalistas, profundas enemigas de la democracia por su convencimiento de que la única autoridad legítima proviene de dios.

A lo cual habría que agregar la actitud hipócrita de los gobiernos ‘occidentales’, que en forma soterrada aceptaron, en un ejercicio de realpolitik, que les seguían funcionando mejor los tiranos predecibles.

Pos-Trump

La guerra de Siria, una de las secuelas de la Primavera Árabe. Crédito: Wikimedia Commons.

Esas consideraciones, en la era pos-Trump, producen aún mayor incertidumbre. El concepto mismo de democracia se ve amenazado por todos los costados.

Justamente, algunos sostienen que, por encima de los factores mencionados atrás, a la Primavera Árabe la mató la inexistencia de un proyecto abarcante, por el cual los grupos sociales aceptaran la democracia en abstracto, aún en la derrota electoral. En un ambiente como ese la fe en la democracia, su pilar fundamental, suele ser un objetivo esquivo.

Para los comentaristas del optimismo, ese lapso es muy corto en estos procesos y la Primavera Árabe fue solo el primer paso de un camino que conducirá inevitablemente a la democracia

Por eso allá, donde construir la fe es más difícil, resulta más demoledor que en el resto del mundo el efecto pedagógico de ver a un presidente de Estados Unidos desconocer los resultados de las elecciones, para luego incitar a una insurrección. Si en la cuna de la democracia moderna esta parece irremediablemente dañada, nada garantiza que los jóvenes árabes vuelvan a tomar las banderas y a arriesgar la vida por un concepto tan deleznable.

Un panorama oscuro al que habría que añadir el entusiasmo de los grandes ganadores de la era Trump, los regímenes autoritarios de Rusia y China, por ofrecer su modelo como una alternativa que ofrezca una ilusoria mejoría económica a costa de los derechos y las libertades políticas.

*ExJefe de redacción y editor internacional de revista Semana. Columnista de Arcadia. En Twitter: @MauricioASaenz

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