El ciclista del escapulario: un caso único en la historia del ciclismo colombiano

José Armando Alfaro, con un escapulario sobre el pecho, promesas, colectas y leyendas, convirtió la carretera en santuario. Fotos de archivo, prensa de la época y la historia de un colero inolvidable. No tuvo muchos podios, hasta los curas le pedían que pedaleara más rápido.

José Armando Alfaro con su bicicleta, rodeado por un sacerdote, músicos de banda y autoridades durante un acto público en los años cincuenta.
Con su bicicleta durante un homenaje en Facatativá, acompañado por un sacerdote, músicos de banda y autoridades locales. Año 1951. Foto: archivo particular



Por José Ángel Báez A.

La Vuelta a Colombia se partió en las rectas frías de Mosquera y Madrid y, a la altura de Facatativá, los aficionados fueron testigos de un hecho inusual: Efraín Forero, con cortesía de gran capo, contuvo al pelotón para que José Armando Alfaro entrara solo por su pueblo. El gesto tenía un enorme valor: Alfaro casi siempre venía entre los coleros, corría con tanta paciencia que el reloj importaba poco.

Funcionario de los Ferrocarriles Nacionales, mecánico reparador de locomotoras, ciclista siempre, lo movía una devoción íntima que su hija, Sandra, resume mejor que cualquier estadística: “Tenía una fe impresionante”.

Ese saludo quedó registrado en la VI Vuelta, según crónica de El Tiempo del 13 de junio de 1956: “Pasa por su pueblo natal siempre en lugar prominente. Este año volvió a repetirlo, abundó en escapadas, pero le faltaron pulmones y piernas”.

El ciclista avanza junto a una fila de mujeres que extienden ramos durante una etapa de la Vuelta a Colombia, años 50.
José Armando Alfaro recibiendo ramos al borde de la carretera, un gesto de bienvenida y bendición habitual en las primeras Vueltas a Colombia. Foto: archivo particular

Antes de hacer de la bicicleta su vocación, y de cargar en el pecho un escapulario, tanteó los cuadriláteros. La extinta revista Deporte Gráfico cuenta que su entrenador, picado por un buen golpe del pupilo en una práctica, le devolvió un gancho que lo bajó del ring y lo mandó a buscar otro deporte.

Y fue atleta

También participó tres veces en la maratón entre Girardot y El Espinal. Alguna vez consiguió el patrocinio de una fábrica de calzado deportivo, pero se retiró porque lo obligaron a usar zapatillas nuevas, las del mecenas, y terminó con ampollas gigantes.

Nació el 1 de junio de 1923 en Anolaima (Cundinamarca), creció entre este pueblo y Cachipay y luego se mudó con su familia a Facatativá. Allí armó semilleros con niños y muchachos, y se ganó fama de disciplinado y conversador. Algunos lo apodaban “el orador” por su desparpajo y humor en carrera.

En el ciclismo nunca tuvo patrocinio empresarial y, aun así, se subió a la bicicleta para la primera Vuelta a Colombia. Si a otros los apoyaban marcas de gaseosas o textiles, a Alfaro lo sostenían la parroquia, los ferroviarios y las colectas. El Tiempo dejó varios registros: el 9 de enero de 1951, en Facatativá, reunieron en minutos lo necesario para comprarle una bicicleta en Bogotá y enviar dinero sobrante a Pereira; además, hubo “vaca” entre los ferroviarios de todo el país para que pudiera seguir en carrera.

Al final fue puesto 13, perdió 8 horas, 24 minutos y 12 segundos con el campeón, Efraín Forero, en una prueba de diez etapas y 1.157 kilómetros, del 5 al 17 de enero. Llegaron 30 ciclistas.

Collage con recortes de prensa sobre José Armando Alfaro y fotos personales: él pedaleando en un jardín y su última bicicleta.
Recortes de los años 50 y 80, más fotos familiares (‘Alfaro, el gran solitario’ y ‘El corredor de la Virgen’) trazan la ruta del ciclista devoto.

Festejos líricos

El 20 de mayo, casi cuatro meses después, Facatativá le armó un homenaje de los que hacen historia. En tarima: Chela Gallardo (contralto), un tenor de La Scala y una soprano de la Ópera de Roma. También se sumaron Aura de Velosa, Enrique Pontón, Leonor Serrano y Osvaldo Pinzón. La Alcaldía y el comercio le entregaron trofeos; la Liga de Cundinamarca, la Asociación de Ciclismo de Bogotá y varios corredores de la Vuelta acompañaron el acto. Un tributo de música culta, rarísimo y memorable, para un ciclista visto entonces como héroe de carretera, curtido en puertos y kilómetros.

Cuando le faltó patrocinio, le sobró ingenio. Corrió varias competencias sin carro acompañante ni coequiperos, improvisó el abastecimiento con “milagros” de carretera (una totuma de jarabe de una viejita en Anserma, sopas de fonda, agua de lluvia) y aceptó que su lugar era el de personaje más que el de campeón. Incluso fue llamado a representar a Colombia, pero debía pagarse pasajes y comida. No viajó.

José Armando Alfaro, más personaje que campeón

Siempre fue un hombre con diferentes facetas: tutor, mecánico, empleado público. Pero lo que más le gustaba era la bicicleta. Y cada vez más popular por hacer vacas antes de la carrera, pedía plata sin vergüenza.

Hizo cuatro Vueltas sin patrocinador; para una, incluso, pagó con sus cesantías de los Ferrocarriles. La única vez que tuvo carro de apoyo, le contó a El Espectador (jueves 3 de septiembre de 1987), que era tan viejo que llegaba cinco o seis horas después del último corredor. Tocó las puertas de varias empresas, como las que respaldaban al ‘Zipa’ Forero o Ramón Hoyos, pero nadie lo apoyó. Su balance material fue de unos 20 trofeos, dos medallas de oro y dos de bronce.

La prensa de la época lo definía como “fenómeno de largo aliento”, aunque castigado por desperfectos mecánicos y enfermedades. En la etapa Sevilla–Armenia de la VI Vuelta (1956) llegó penúltimo por averías y, aun así, “seguía en la lucha” contra nacionales y extranjeros.

Jairo Armando Becerra, periodista facatativeño, le dijo a LA RUEDA SUELTA que Alfaro no tenía problema en rezagarse del lote para almorzar, como cualquier parroquiano, o para cambiar tubulares él solo. Lo recuerdan, sobre todo, por bajarse en plena etapa a servirse morcilla y fritanga en un comedero de carretera… y volver a montar. A veces “competía” por el «farolillo rojo«, cuando al último todavía lo premiaban.

El escapulario de José Armando Alfaro

Si bien era devoto y tenía fama —no solo de colero, sino de rezandero—, el apodo de “ciclista de la Virgen del Carmen” le llegó después: se volvió el ciclista “patrocinado” por la Santísima tras un accidente. Al regreso de una Doble a Machetá, en 1957, aceptó un aventón en una volqueta que se salió de la vía y se volcó. «Me fracturé la columna vertebral y ocho costillas se me totiaron», le narró el ciclista a El Espectador. Los médicos del hospital La Hortúa hablaban de meses de yeso, tal vez algo peor, no correría nunca más.

Primer plano de José Armando Alfaro con gorra de ciclismo y un gran escapulario de la Virgen del Carmen sobre el pecho; foto en blanco y negro, años 50–60.
José Armando Alfaro,“el ciclista de la Virgen del Carmen”, luciendo el escapulario. Foto: Mundo ciclístico.

Entonces —le dice su hija a LA RUEDA SUELTA — prometió a la Virgen del Carmen que, si sanaba, subiría nueve domingos a Monserrate y correría una Vuelta a Colombia “patrocinado” por ella. Lo enyesaron y, aun así, madrugaba a la montaña. Contó en la Revista Mundo Ciclístico (edición 103, 1987) que salía a las cinco y volvía al atardecer, subiendo paso a paso el Vía Crucis de piedra. Una mañana se quedó dormido allí y despertó convencido de que estaba curado. Ese mismo día pidió que le quitaran el corsé en el que lo habían forrado, se alistó y volvió a montar, aunque los médicos calculaban seis meses más de recuperación.

Luego explicó: “Me conseguí 4.000 pesos para los implementos: compré bicicleta, caramañola, tubulares y algo de comida para arrancar”. Tenía 37 años y casi no había entrenado para participar en la Vuelta de 1960. Como no alcanzaron a entregarle la camiseta bordada con la imagen de la Virgen, acudió a las Carmelitas en Cúcuta y le dieron dos escapularios, uno grande y otro pequeño. Al principio dudó, pero terminó poniéndose el de mayor tamaño. Subiendo a Anserma se insoló. Cuando creía que ahí terminaba su promesa, apareció una viejita que bajó de un rancho y le dio una ‘totuma de jarabe‘: “Ahí estuvo el milagro; recuperé la fuerza”.

La Iglesia lo acompañó con prudencia desde el púlpito. En Tunja, lo cuenta la prensa y lo refrenda la familia, un sacerdote le aconsejó: Aténgase a la Virgen y no corra, ¿oyó?.

En Pamplona, durante la competencia, la radio entrevistó al obispo y le pidió un mensaje para el del escapulario: “Está muy bien que corras por la Virgen del Carmen, pero pedalea, hijo, pedalea”. Alfaro, al final, ocupó el penúltimo lugar.

Igual, será recordado porque sin acompañante y con hambre, entraba a una fonda, pedía el plato del día, hacía la señal de la cruz con la caramañola y les decía a las cajeras: «Que la Virgen les pague».

Devociones en la ruta

En Colombia, el ciclismo no es solo deporte, también es rito. Promesas, santuarios y rezos acompañan la rutina del pelotón. El periodista inglés Matt Rendell (autor de Reyes de la montaña [2004] y Colombia es pasión [2022]) le contó a LA RUEDA SUELTA que, junto a Chepe González, Iván Parra y Javier González, subía al santuario de la Virgen de Morcá (Sogamoso) a orar antes o después de competir.

Y asegura:“Esa práctica devocional y comunitaria le da sentido al sufrimiento de la montaña y ordena la cabeza cuando el cuerpo flaquea. El contraste con Europa, más ciencia y fisiología, es claro: allá mandan los datos. Aquí, además del entrenamiento, pesan el símbolo y la fe”.

La historia de Alfaro no es una rareza, sino un espejo de la cultura ciclística colombiana, en la clasificación todos parecen iguales; en el alma, no. De hecho, en Colombia las devociones cambian de santuario como las carreteras cambian de piso. En 1953 Alfaro apareció compitiendo en una Doble a Albán con el dorsal 54, y El Tiempo consignó que dedicaba la carrera a la Virgen de la Salud de Bojacá, la que “le devolvió la salud tras una fractura”.

La anécdota del escapulario no es un detalle pintoresco, sino una clave del cruce entre ciclismo y religión que el periodista francés Guy Roger observó en nuestras carreteras y plasmó en el libro Egan Bernal y los hijos de la cordillera (2021): “Cada vez que subía hasta la cima de un puerto se bajaba de la bicicleta, se arrodillaba y les rezaba a la Virgen del Carmen y a todos los santos. Detrás suyo, la caravana se veía obligada a detenerse y a esperar el final de su oración” (pág. 124–125).

Memoria local

José Armando Alfaro cruza un puente colgante con una camioneta de apoyo detrás; montaña rocosa al fondo; foto en blanco y negro, década de 1950.
Alfaro atraviesa el Puente Navarro, en Honda, en 1951, mientras el carro de apoyo lo sigue de cerca: estampas clásicas de las primeras Vueltas a Colombia, entre tablones de madera, metal y polvo. Foto: archivo particular

El ciclista de la Virgen no fue campeón, pero quedó como figura popular y también como origen de leyendas. Dicen que alguna vez Ramón Hoyos, ganador de cinco Vueltas a Colombia, le pidió a Alfaro que intercediera ante la Virgen por un orzuelo que lo tenía medio ciego. Lo curó.

El relato viaja de año en año y sirve, sobre todo, para explicar la fama del escapulario: curaba, conseguía cama, obtenía centavos. Y, como todos los talismanes, operaba más sobre los otros que sobre su dueño.

En un grupo de Facebook de Facatativá, el periodista Jairo Armando Becerra lanzó la pregunta: ¿recuerdan a José Armando Alfaro? Las respuestas reflejaron el retrato de siempre. Era un ciclista facatativeño que corrió la Vuelta y no ganó. También era devoto de la Virgen del Carmen. Trabajó como ferroviario. Vivía en el barrio Santa Rita y era cercano a varias familias. No fue campeón de podio, pero quedó en la memoria del pueblo. Algunos incluso propusieron un álbum de historia para no dejarlo ir del todo.

Sin embargo, en 1960, Alfaro había dicho: «El recuerdo menos grato que tengo es del pueblo de Facatativá, que durante mi penosa y larga enfermedad se mostró con una indiferencia total”.

Paisaje de época

Su tiempo tuvo épica y pobreza. Las crónicas recuerdan la polvareda de los caminos destapados, el barro del descenso después de Albán, la llanta clavada en el pantano. Los primeros carros acompañantes llegaron con el ‘Zipa’ Forero; luego se volvió costumbre y, con los carros, llegaron el tierrero, los rines rotos y la queja de los puristas. En ese paisaje compitió Alfaro: cuando no tenía afán, como ya sabemos, se detenía a almorzar; cuando la carrera pasaba por Facatativá, hacía de anfitrión, y cuando la pierna no daba, se quedaba sin empleo.

José Armando Alfaro con su hija Sandra (9 años) frente a una fuente con la imagen de la Virgen del Carmen que él ayudó a construir, durante su trabajo en carreteras.
José Armando Alfaro, acompañado de su hija Sandra, posa junto a la Virgen del Carmen que colaboró en levantar cuando trabajaba en Zona de Carreteras, una dependencia local del entonces Ministerio de Obras Públicas. Foto: archivo particular.

Los últimos días de José Armando Alfaro

Fuera de carrera, siguió pedaleando. Ya mayor, una caída lo llevó al Hospital de La Samaritana, donde le diagnosticaron cáncer de próstata, con un cuadro agravado por desnutrición y anemia. La recuperación fue intermitente, a ratos maceraba un aceite de ocho plantas para espantar calambres, la fórmula se perdió. Siempre animó a otros pacientes a moverse.

Tan inquieto era que, alguna vez —cuenta su hija—, pidió una bicicleta en Cali y un vigilante le prestó una Monareta. Salió a las cinco de la mañana; llegó hasta Pasto y regresó en tres días, con un brazo enyesado. Al volver, le tomaron una foto.

Ya septuagenario, seguía entrenando: fruta sí, gaseosas no. “Tal vez por eso estudié nutrición”, cuenta su hija. En casa, sin aviso en la puerta, montó un taller donde arreglaba bicicletas y conversaba sin parar. Se sostuvo con una pequeña pensión de los Ferrocarriles y con el trabajo de sus manos.

Quedan los recuerdos

De su vida quedan, además de todos estos apuntes, el escapulario, el pequeño y el grande, la bicicleta de su última Vuelta, una caja de herramientas para despinchar, y una serie de afectos: Ramón Hoyos, “Cochise” Rodríguez, “El Pajarito” Buitrago. Cuando murió, el 16 de abril de 1993, la Federación de Ciclismo lo despidió con banderas.

Al ver los resultados de la Vuelta con criterio de estadístico, Alfaro aparece poco, algún puesto 18 en 1951, fugas sin desenlace, honores locales. Pero en otras páginas aparece como el fogonero que corre por los suyos, el empleado que insiste hasta perder el trabajo, el hombre que sube a un cerro en yeso, hace una promesa y la cumple.

Si se leen las clasificaciones, Alfaro aparece abajo y poco. Si se hojea el país, aparece en todas partes.

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4 comentarios en “El ciclista del escapulario: un caso único en la historia del ciclismo colombiano”

  1. ¡Qué leído tan bueno! Me encantó ver cómo retratan a Alfaro, ese gran personaje. La devoción y las historias de la Vuelta le dan vida real al ciclismo colombiano. Un homenaje merecido a un ciclista legendario, más por su espíritu que por los trofeos.zorse
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  2. ¡Qué bueno que escriban sobre Alfaro! Este ciclista era más que un campeón, era un personaje devoto y real. Las historias de sus milagros y el respeto que le tenía a la Virgen del Carmen le dieron un significado especial. Es un ejemplo de cómo la fe y el esfuerzo se mezclan en el ciclismo colombiano.

  3. Que ejemplo de vida como padre….José Armando Alfaro sembrando fuerza de voluntad, entrega total por lo que se hace con amor, disciplina, resiliencia, fuerza en el espíritu, enfoque al propósito desde el alma, fe, esperanza, compromiso, liderazgo, humildad, servicio con amor y muchas cosas más, que no solo son el fruto de mi éxito en la vida: como ser humano, como hija, como profesional; sino que le abrieron las puertas y caminos al ciclismo en Colombia. ¡ Gracias Papá, héroe del ciclismo, corredor de la Virgen del Carmen ! …….
    Sandra Patricia Alfaro B

  4. Excelente artículo, me encantó conocer la historia de Alfaro, ese gran solitario devoto a la Virgen. Las anécdotas del escapulario y las Doble a Machetá lo convierten en un héroe de corazón, más que un campeón de podio. ¡Un homenaje merecido!

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