Juan Cárdenas estuvo encarcelado por el delito de ‘lesa patria’ al criticar ferozmente al gobierno de Guillermo León Valencia en una de sus caricaturas. Defendió a la democracia de todo lo que el oficialismo calificó como pernicioso y peligroso: el comunismo, el socialismo, los alborotadores universitarios, las «repúblicas independientes», Rojas Pinilla, el anapismo…
* John Gómez
A pocos días de su llegada a Colombia, a través de la revista Time, Juan Cárdenas Arroyo supo que su batallón en Vietnam había sido emboscado con bajas considerables.
Durante dos años (de 1963 a 1965) prestó servicio militar obligatorio en la 101.ª División Aerotransportada, en Kentucky (Estados Unidos). Al mando del general Westmoreland, más que empuñar un arma, se dedicó a los trabajos administrativos. Pero él se había preparado para ser artista, no miliciano.
Entonces, el payanés Juan Cárdenas decidió quedarse en la Colombia del Frente Nacional (1958-1974) en lugar de exponerse a una guerra ajena, a un escenario al que no pertenecía. Su retorno tuvo lugar hace casi sesenta años.
Su origen es la fructífera generación de artistas colombianos de los años setenta, de la que también hacen parte, entre otros, su esposa, Mónica Meira, Carlos Rojas, Antonio Roda y su hermano Santiago Cárdenas.
Un referente
Y logró el reconocimiento artístico que varios caricaturistas persiguieron durante gran parte del siglo XX: ganó el primer premio de dibujo en el XXV Salón Nacional de Artistas Nacionales (1974). El crítico Galaor Carbonell llegó a calificarlo en ese momento como «el más diestro de los dibujantes colombianos».
Esto responde a la concepción que Cárdenas tenía y tiene sobre el dibujo, más allá de la caricatura: “el caricaturista” –comentó en alguna ocasión– tiene que ser buen observador de la naturaleza humana y sus manifestaciones visuales; pero además debe poseer la inventiva necesaria para crear toda una serie de símbolos gráficos con que expresar una idea”.
Nueva York, Caracas, Bogotá y París son algunas de las ciudades que han acogido su “laberinto pictórico”, como el crítico de arte Álvaro Medina llama a gran parte de su obra. En el Museo Nacional de Bogotá, en 2021, participó con sus pinturas, caricaturas, óleos y dibujos, entre otros, en Primera y última. Dos cartas para Colombia 1821-1991, muestra que conmemoró los 200 años de la Constitución de 1821, y los 30 de la de 1991.
Años antes, en 2017, ilustró con seis imágenes la edición especial de los 130 años de El Espectador. El periódico lo definió como un “referente de la pintura en los últimos 50 años”. No es casual que, el año pasado, el entonces presidente Iván Duque le haya conferido la Orden de Boyacá, con grado de Caballero, por los servicios que el artista le ha dado al país. Cuestionar a la patria hasta que ella dude de sí misma es, probablemente, el más importante de tales servicios y el que pocos conocen.
En medios
Los Cárdenas Arroyo se fueron en los años cuarenta de Colombia a Estados Unidos para que Jorge Cárdenas Nannetti, la cabeza de la familia, dirigiera la revista Selecciones del Reader’s Digest. Juan era apenas un niño. En los años sesenta volvieron a Bogotá, para quedarse, luego de su periplo por Estados Unidos y México.
Juan Cárdenas no pensaba igual. Su plan era pasar unas cortas vacaciones y volver. Ya tenía una carrera de artes en la Escuela de Diseño de Rhode Island (en Providence) y, además, la cultura norteamericana “encima”. Pero desistió de la idea cuando supo que su batallón fue emboscado en Vietnam.
A diferencia de su hermano, Juan Cárdenas no pudo integrarse rápidamente a la escena artística colombiana, dominada por la crítica Marta Traba. Decidió, entonces, hacer carrera como caricaturista; carrera que inició desde que algunos de sus amigos enviaron algunos de sus dibujos (o “monos”) a La República, periódico de las “mayorías conservadoras” (tal era su lema), donde recibieron la aprobación de la dirección, con Silvio Villegas a la cabeza.
El escudo
Pronto hizo gala de la irreverencia que lo ha caracterizado siempre, excesiva para Villegas, un envejecido Leopardo (miembro de la Legión Organizada para la Restauración del Orden Social).
El 5 de julio de 1966, La República publicó una sátira del escudo nacional. La caricatura no estaba firmada por nadie, pero estaba en el espacio habitual de los dibujos de Juan Cárdenas. El símbolo patrio era una denuncia de la corrupción oficial: en lugar del cóndor, aparecía el presidente Guillermo León Valencia (1962-1966) como pájaro sosteniendo una cintilla con la consigna “calumnias que abrillantarán nuestras reputaciones”. La franja de las cornucopias fue reemplazada por dos Volkswagen de la época de los que salían billetes con la denominación de 0 pesos; la del gorro frigio, por una corbata; y la del canal de Panamá, por dos barcos: uno con una bandera pirata y otro con una que contenía la palabra “cocaína”.
Un detalle nada menor. La caricatura mostraba que la cocaína (o «droga heroica» como era llamada en ese entonces) ya era un problema en los años sesenta. De todos los caricaturistas de su generación (Osuna, Caballero, Velezefe, Pepón) Cárdenas fue el único que lo señaló. Algunos investigadores del tema le dan la razón e incluso remiten el problema a los años cincuenta.
«Peor agravio»
En el libro La conexión cubana, el economista e historiador Eduardo Sáenz Rovner, refiere cómo los hermanos Herrán Olózaga, de la élite colombiana, fueron capturados en diciembre de 1956 en La Habana «con un cargamento de heroína valorado en 16.000 dólares”.
Un año después, con ayuda de un oficial antinarcóticos de los Estados Unidos, un laboratorio en Medellín, en donde habían procesado cocaína desde 1952, fue allanado por agentes del Servicio Nacional de Inteligencia de Colombia.
Juan Cárdenas pagó caro su ‘atrevimiento’. El presidente Valencia calificó la caricatura –en medio de un banquete que le ofrecieron las fuerzas armadas, quienes lo llamaron el “pacificador del país”– , como el “peor agravio”; un irrespeto del “escudo sagrado de la República” que no tenía más intención que destruir su “reputación moral”.
Lesa patria
Acto seguido, un funcionario denunció penalmente la caricatura sin nombre por el delito de lesa patria; con ello, pedía una investigación y un castigo para el autor.
En su siguiente edición, La República dijo que «un embuchado», un novel dibujante de la Universidad Nacional, había asaltado su buena fe. El caricaturista Adolfo Samper se unió a las disculpas con un dibujo en el que decía prácticamente que él no había sido el autor de tal agravio. Ningún medio capitalino se ocupó de la denuncia de la caricatura o de la denuncia al caricaturista, sino del sacrilegio cometido con el escudo nacional.
Días antes de la aparición de la sátira de Cárdenas, El Tiempo había advertido de la «misteriosa pérdida» de una considerable cantidad de cocaína de las bodegas del Ministerio de Salud en el aeropuerto El Dorado; y El Espacio había señalado cómo el secretario de tránsito de transportes de Bogotá, Hernando Gómez Díaz, había comprado un Volkswagen con matrículas alteradas, tal cual lo hizo el secretario de la presidencia de la República, Javier Mosquera Arcila. Aún así, ningún medio protestó por la denuncia en contra del escudo, en contra de Cárdenas. Al contrario, El Tiempo estuvo de acuerdo con el reclamo de Valencia.
En defensa de la democracia
Juan Cárdenas dejó las páginas de La República y continuó con su irreverencia en El Espacio, donde continuó satirizando a Guillermo León Valencia. En 1967, el DAS lo arrestó en su casa, algo que El Tiempo consideró inconcebible, pero ningún caricaturista emitió opinión alguna al respecto. Juan Cárdenas pasó casi 24 horas detenido y su experiencia le demostró que su obra no podía ser libre e independiente como debería ser, dos principios innegociables para él y probablemente para más de un artista.
Como muchos caricaturistas de la ‘gran prensa’, Cárdenas se sumó a la defensa de la democracia contra lo que el oficialismo calificó como pernicioso y peligroso: el comunismo, el socialismo, los alborotadores universitarios, las «repúblicas independientes», Rojas Pinilla, el anapismo, la crítica y la autocrítica. Pero esa misma democracia se convirtió para él, con el pasar de los meses y de los gobernantes, en una pesadilla goyesca.
‘Museo de la ubre’
Ese «sueño de la razón» creó monstruos como el Congreso y la burocracia, aquellos que Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana Borrero alimentaban por igual, y con dinero público. Cárdenas no encontró ningún periódico o revista capaz de publicar su pesadilla. Así que tuvo que retirarse de la opinión pública, recluir su sátira en el taller y sacarla de paseo de vez en cuando en alguna de sus exposiciones.
Su peregrinación por La República, El Espacio, El Tiempo y las revistas Lámpara y Flash: fogonazo informativo terminó como inició: con irreverencia y en tono de denuncia. La última caricatura que publicó El Tiempo fue una sátira sobre la cultura artística de los ganaderos, que se oponían, en 1974, a la instalación de una obra abstracta de Edgar Negret en el Banco Ganadero, sede actual de la Procuraduría General de la Nación. Cárdenas propuso la instalación de una obra que se adecuara a las expectativas de los ganaderos: una vaca con sombrero de cachaco. En todo caso, una obra digna del «Museo de la ubre» (como sátira del Museo de Louvre).
Juan Cárdenas, que hoy tiene 84 años, se despidió como caricaturista de periódicos y revistas. Él expresó alguna vez que el deber del caricaturista es criticar los defectos de la sociedad, y con mayor razón debe criticar los de sus amigos o partidarios. Esta es la actitud más saludable para la sociedad y la actitud que requiere más coraje y mayor sentido ético.
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