Marc Bloch, historiador que defendió la idea de una historia con rigor, duda metódica, claridad y belleza, porque debe ser exacta y también estética. Decía que quien lee a Alejandro Dumas ya tiene chispa de historiador. El libro quedó inconcluso y se publicó tras su ejecución por los nazis en 1944, prueba de que la historia es una práctica ética que entiende procesos, desenmascara la mentira y une pasado y presente para no repetir errores.

“Papá, explícame para qué sirve la historia”. Así arranca uno de los libros más hondos y personales sobre el oficio de hacer historia. La pregunta la hace un niño. Quien debe responderla es su padre, Marc Bloch, historiador judío y francés, cofundador de la escuela de los Annales. En 1944, durante la ocupación, la Gestapo lo detuvo en Lyon, lo torturó y lo fusiló el 16 de junio. Testigos recuerdan que alcanzó a decir “¡Vive la France!”.
No hay nada casual en ese inicio. Apología para la historia o el oficio de historiador no es un manual ni un manifiesto. Es un libro escrito bajo presión, en guerra, en clandestinidad y con la amenaza constante sobre la mesa. Y, sobre todo, bajo el peso de una pregunta que no termina.
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La historia humana
Bloch no concibe la historia como un inventario de fechas o hazañas. No busca acumular acontecimientos, sino rastrear procesos, entender por qué las cosas ocurrieron como ocurrieron y por qué todavía nos tocan. De ahí su imagen célebre de que el buen historiador “se parece al ogro de la leyenda: donde huele carne humana, sabe que está su presa”. La historia no es neutral, es humana. Por eso duele.
Una ciencia joven, una responsabilidad enorme
Para Bloch, la historia es una ciencia joven. Está lejos de las certezas de la física o la matemática, y por eso exige una ética de la duda, disciplina en el método y sensibilidad para leer lo que los documentos muestran y lo que callan. Su objeto no es un pasado muerto. Desmonta la frontera cómoda entre pasado y presente y trabaja en esa zona en movimiento donde uno se convierte en el otro.
En los años cuarenta muchos preferían dejar lo reciente al periodismo o a la sociología. Bloch no. Su historia nace de preguntas urgentes. Por eso, aunque el libro quedó inconcluso (lo publicó póstumamente su amigo Lucien Febvre), sigue diciendo lo esencial: la historia es una manera de pensar críticamente el mundo aquí y ahora.
Contra el positivismo, con claridad
Bloch discute sin descalificar. Cuestiona el positivismo de Langlois y Seignobos, reconoce sus aportes y toma otro camino. Frente a una prosa seca y desabrida, defiende la claridad y la sencillez. Escribir para especialistas y para no especialistas. La historia también puede dar placer estético.

Y no se queda en la teoría. Quiere formar el olfato para detectar la mentira y el error, con la firmeza de quien, como soldado en la Primera Guerra Mundial, vio cómo los rumores arrasaban con realidades. La crítica no es un lujo metodológico, es una defensa ante la manipulación. “La época, más que nunca expuesta a las toxinas de la mentira, necesitaba que el método crítico no fuera un lujo, sino un deber”, escribió.
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Marc Bloch, historiador con entrañas
¿Arte o ciencia? Bloch responde que ambas cosas. No renuncia al rigor ni a la belleza. Debe ser exacta y legible, comprensible y viva. Por eso afirma que quien lee a Alejandro Dumas ya tiene una chispa de historiador. No basta con saber, también hay que querer saber. La historia no puede ser indiferente.
El legado y un final que lo ilumina
Apología para la historia defiende un oficio que, hecho con honestidad, sirve para entender, abrir perspectivas y evitar la repetición de errores. Se escribió en guerra y sigue vigente en supuestos tiempos de paz. Recuerda que los historiadores no son jueces del pasado, son puentes entre lo que fue y lo que aún no alcanzamos a ver.
Ese puente fue también su forma de vivir. Bloch se integró a la Resistencia contra la ocupación nazi, fue capturado, torturado y fusilado en Lyon. Su muerte no es un epílogo ajeno al libro, es su prueba en el mundo. La historia como compromiso con la verdad, incluso cuando compromete el cuerpo. No alcanzó a terminar la Apología, pero dejó el mapa de un oficio que vale la pena aprender. Uno en el que la verdad no se impone, se persigue. Si se toma en serio, puede ser tan valiente como lo fue su autor.
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